El inicio de plantación de una obra conlleva numerosas variables para considerar. A menudo, los que entramos en este hermoso desafío, somos inspirados por otros pioneros que generosamente comparten sus estrategias y procesos. Tal vez varios de nosotros visualizamos nuestra propia congregación como la sombra de otra que admiramos.
Y en este recorrido de ir soñando y diseñando la Iglesia que deseamos ser, se nos puede perder de vista una de las variables que, a mi modo ver, es de las más importantes. Aquello que nos distingue y nos hace únicos: el perfume.
El perfume parece tener un protagonismo especial en la historia de los hijos de Dios. A él le agrada el aroma auténtico de quienes oficiamos el servicio. (Éxodo 30:25)
Las instrucciones de cómo elaborar este perfume santo, fueron dadas por Dios mismo al sacerdote que en los tiempos del antiguo testamento, realizaba el ritual de la adoración. Varias especias combinadas de diferentes sustancias naturales, en proporciones específicas, eran maceradas para dar una fragancia única. Dios proveía la materia prima y sus cantidades, pero el arte de combinarlas era una expresión de gracia y sabiduría de quienes lo hacían. Si alguno osaba alterar esta fórmula original, Dios mismo lo advertiría y no sería grato en su presencia.
El perfume invadía cada espacio del templo, cada objeto estaba impregnado de este aroma santo. Santo porque era pura y exclusivamente dedicado a Dios.
Los tiempos cambiaron, pero el perfume sigue siendo importante para Él. Claro que a diferencia de los tiempos bíblicos, ya no se trata literalmente de sustancias naturales, sino de aquellas cualidades esenciales que combinadas artesanalmente por cada uno de nosotros, generan una fragancia única.
Al trabajar en la obra de Dios, podemos descuidar “el arte del perfumista”.
A menudo lidiamos con ofertas de copias baratas invitándonos a ser alguien que no somos.
Corremos el riesgo de mezclar entre nosotros la comparación, el esnobismo, las exigencias de las personas, y las propias…
Caemos en la tentación de acelerar procesos, cuando en realidad los buenos perfumes y aromas agradables no son fáciles ni rápidos de producir.
Y es así, como esa esencia con la que fuimos diseñados, podría alterarse.
Jesús destacó de manera especial a la mujer que derramó su perfume, y perpetuó su obra por todos los tiempos debido al corazón con que lo hizo. Sin dudas, el ama nuestra expresión más auténtica, consagrada, sacrificada y única. Dios puso en cada ser humano una esencia particular para que toda la Casa se llene de este aroma (Juan 12:3).
Volver al diseño original de quienes somos, descubrir y potenciar qué nos hace vibrar y emocionar, qué nos distingue entre muchos, es un arte que no sólo hará más auténtica la obra de nuestras manos, sino que subirá como un perfume único y agradable a Dios.
A la hora de plantar una obra, no olvides tu perfume!
Pastora Naty Pérez de Grillo
Iglesia Human Buenos Aires