Te confieso que muchas veces me encontré pensando en dejar el ministerio. El desaliento, el desconcierto y la tristeza que vivía eran tal que deseaba agradecerle la confianza a Dios, devolverle el ministerio y dedicarme a mi profesión. Sí, incluso sufrí depresión y no busqué ayuda profesional solo por vergüenza. Pero la hubiera necesitado.
Como pastores y líderes enfrentamos grandes batallas. Algunos, temo decir muchos, están desmayando en la tarea. Todos nos enfrentamos a nuestras debilidades ante la magnitud de la tarea y nos sentimos inadecuados. Nadie necesita decirnos que no somos suficientemente competentes para el trabajo que tenemos por delante. La mayoría de las veces nos enfrentamos a las expectativas de la gente que nos pide y espera más de lo que podemos entregar, ¡qué fácil es perder el ánimo en tales circunstancias!
En su libro Pastores en Riesgo, H.B. London y Neil B. Wiseman advierten que hoy más que nunca hay pastores vulnerables a “quemarse“. Aunque sus estadísticas reflejan la condición de los pastores norteamericanos, al conocer el ministerio en América Latina creo que la situación entre nuestros pastores no está lejos de esa realidad.
El Instituto Fuller para el Crecimiento de la Iglesia hizo un estudio donde describe que el 80% de los pastores cree que el trabajo pastoral ha afectado negativamente a sus familias. El 33% cree que estar en el ministerio ha sido un verdadero inconveniente para la familia. El 75% reporta haber tenido en su vida ministerial por lo menos una gran crisis causante de un problema emocional. El 90% siente que fueron mal preparados para resistir las demandas del ministerio. El 70% dice tener más baja autoestima que cuando comenzaron. El 40% reportó tener por lo menos un serio conflicto con un miembro de su congregación una vez al mes. El 37% confesó haber sido parte de una conducta sexualmente inapropiada con alguien en la iglesia, y el 70% dice no tener alguien a quien considera amigo cercano.
Los autores citados, en su libro, “El Pastor es una especie en extinción“, sugieren que el problema consiste en que “la carga está siendo llevada por demasiado tiempo sin verdadero alivio“. Estamos llegando al punto en que nuestras reservas se están agotando y estamos por rendirnos. ¿Qué hacer?
Entre todos los profetas del Antiguo Testamento no hay otro más poderoso que Elías. Él tenía verdadera fuerza de carácter, osadía, valentía y una fe sólida. En 1 Reyes somos testigos de una de las más increíbles escenas de las Escrituras. Lleno del poder de Dios, Elías confronta al rey Acab y a su esposa a los 400 profetas de Baal y de Asera. Un solo hombre enfrentando tal oposición y manifestando el poder sobrenatural. Pero perseguido por Jezabel cae en depresión y le asaltan pensamientos suicidas
Cuando batallamos contra el desánimo y la depresión, uno de los mayores problemas es que perdemos la habilidad para enfrentar las circunstancias que nos han llevado al lugar donde nos encontramos. Dios confrontó a Elías allí donde Elías estaba y le hizo reflexionar sobre las razones que lo habían llevado a donde estaba.
A veces no queremos hacernos las preguntas difíciles de la vida y el ministerio. Dejamos que otros definan lo que somos y a dónde vamos. Elías se vio inmovilizado por las falsas concepciones de sí mismo y la necesidad de proteger la reputación de Dios. Todos somos vulnerables con el “síndrome del profeta”. Nos sentimos solos, a veces nos hemos apartado de otros voluntariamente, y nos vemos como los únicos que llevamos a cabo un ministerio digno.
No nos engañemos, Dios no nos necesita para proteger su dignidad. Necesitamos ver a Dios como el Dios soberano que está cumpliendo sus propósitos aun en medio de nuestras propias batallas e inconformidades. Él continúa construyendo su reino aun en medio de nuestras aparentes derrotas.
Algunos pastores y líderes están sufriendo más de la cuenta por no tener a nadie con quien orar, con quien compartir las cargas, a quien rendirle cuentas, etc. No hemos sido llamados a ser “llaneros solitarios”. A Elías Dios le dio a Eliseo, quien tomaría su lugar. No debe haber temor o celo. La obra es de Dios y Él, a su debido tiempo, levantará a alguien más para llevar la carga con nosotros y después nosotros. Además, busca amigos con quien puedas abrir en confianza tu corazón.
Si estamos en problemas en nuestro ministerio a causa del desaliento, la frustración, el cansancio o expectativas no cumplidas, ¿qué necesitamos hacer por encima de cualquier otra cosa? Dios le dijo al profeta confundido, herido, y desanimado, “párate en la presencia del Señor”. Dios no sólo podía satisfacer necesidades físicas y emocionales de Elías, sino que además lo llamó a acercarse a su presencia. Sólo la presencia divina puede guardarnos, fortalecernos y levantarnos para unirnos a Dios en su obra.