A mis 24 años, casada y con dos hijos, Dios nos llamó a mudarnos a otra ciudad para plantar una iglesia. Personalmente eso significó dejar todo, familia, amigos, un empleo estable y una iglesia contenedora. Lo que vinieron fueron años muy duros, con enfermedades, escasez, soledad, la pérdida de un embarazo y una obra que no crecía como esperábamos. Sólo nos sostuvo la convicción del llamado y saber que estábamos en el propósito de Dios.
Fueron quince años de darlo todo. Finalmente pudimos ver un precioso fruto. Una iglesia fuerte, creciente con obreros y pastores a quienes entregamos la obra, para comenzar otra etapa ministerial.
Lo que pude aprender a través de aquella primera experiencia es que si no me hubiera rendido a la voluntad hoy no podría ver el fruto de tanta entrega. Sólo una rendición sin límites nos permite alcanzar el propósito.
Cuando vuelvo a leer el llamado y entrega de María, aquella jovencita que fue la madre de Jesús, veo las condiciones para cumplir con el propósito de Dios. Y lo primero que necesitamos es rendirnos completamente para abrazar el propósito. El llamado de Dios le llegó en un tiempo inesperado. Tenía su vida planeada, estaba a punto de casarse, soñaba con una vida normal, pero Dios tenía otros planes para ella.
El llamado siempre nos sorprende porque nos descoloca y nos saca de nuestra zona de seguridad. Dios siempre interrumpe nuestros propios planes, para llevarnos a sus planes que son muchos mejores que los nuestros.
María tuvo la actitud correcta, a pesar de los riesgos que corría, ella dijo: “Sí Señor”. Confiando en que Dios tenía el control de su vida en sus manos. Ella vivió rindiéndose a cada paso para vivir lo que Dios quería. Por eso tampoco dudo en rendirse y pagar el precio que hiciera falta para cumplir con el propósito. María quedó expuesta a sufrir las consecuencias de decir que sí. Su prometido José podía denunciarla o abandonarla. Su propia familia la podría rechazar, pero ella estaba dipuesta a todo.
Cumplir el propósito de Dios implica pagar un precio que hay que pagar. No pienses que porque estés cumpliendo su plan, no van a surgir dificultades. Por eso hace falta una rendición ilimitada.
En lo personal, me costó mucho entenderlo. Muchas veces le pregunté a Dios por qué, además de haber dejado todo, tenía que sufrir estrechez económica, soledad y tantas cosas más. Pero entendí que la rendición tenía un verdadero sentido: Que el plan de Dios se cumpla en forma acabada en mi vida. Quiero animarte a que no te rindas, ni desmayes frente a las pruebas.
También aprendí que necesitamos estar rendidos para perseverar para que se cumpla su propósito. En Mateo 2 leemos como José y María enfrentaron muchos riesgos que se levantaron en contra del propósito por el cual habían sido llamados: Proteger y cuidar de Jesús en su niñez. Ellos tuvieron que huir apurados a Egipto. Luego de un tiempo Dios les marcó que regresaran, pero a mitad de camino se desviaron advertidos nuevamente por Dios y finalmente fueron a vivir a Galilea. Ya no volvieron a Belén como ellos tenían pensado. Dios les alteró una vez sus propios planes.
El diablo siempre quiere abortar el propósito de Dios. Él pondrá toda la artillería en contra nuestra para que desistamos. Pero así como Dios hizo con José y María, así nos guardará de todo ataque y el propósito específico que tiene para ti cumplirá a pesar de toda oposición. Lo importante es que te mantengas como José y María, dócil a Su voluntad, flexible y rendido a lo que Él te muestre y te hable. Firme y perseverante. Que Su llamado sea más fuerte que la incomodidad, que el cansancio, que los riesgos y el desánimo.
Sólo los rendidos son capaces de levantar campamento una y otra vez, y están dispuestos a soltar todo lo que les da seguridad, para entregarse a los brazos de aquel que tiene mejores planes.
Pero no hay rendición completa hasta que no estamos dispuesto a entregar la gloria del fruto del propósito. En lo personal, si fue difícil darlo todo por levantar aquella iglesia, fue mucho más duro tener que entregarla en las manos de otro. María también nos enseña lo que es saber correrse para que la gloria sea toda de Dios.
En Lucas nos dice que Jesús era conocido como, “el hijo de José…” Interesante. María ya no se registra. A partir del día que él comenzó su ministerio público, el tiempo de María había concluido, y ella lo entendió. Supo ceder a sus “derechos” para que Jesús fuera exaltado. Esta actitud marca un corazón rendido al servicio del propósito divino. Que importante es conocer los tiempos de Dios para cada uno. Saber cuándo ser protagonista y cuándo menguar. Entendamos que sólo somos un instrumento en las manos de Dios y que toda la gloria es para Él.
Pero como Dios no es deudor de nadie, María se llevó su buena parte de recompensa. Ella tuvo el privilegio de ver el ascenso de Jesús, su hijo amado, al cielo. También recibió la promesa del Espíritu Santo en Pentecostés y terminó sus días llena de dicha y viendo el fruto de su rendición. Los que le rinden la gloria a Jesús siempre reciben honra del cielo y disfrutan de la herencia que El reparte con los que se entregan a su propósito.
Andrea Grillo
Iglesia Nexo, Buenos Aires