Comienza un nuevo año y con él volvemos a renovar nuestro anhelo de poder multiplicar lo que Dios puso en nuestras manos y estar a la altura del llamado que el Señor nos hizo. Si decidiste plantar una nueva iglesia, tienes expectativas, fe y también los temores lógicos frente al desafío.

Es que plantar una nueva iglesia es tan apasionante como desafiante. Nos enfrentamos con nuestros propios límites, con la inestabilidad y la inmadurez de otros. Con un proceso que tiene muchas idas y vueltas, y con expectativas que no siempre se cumplen.

Sin dudas, puede transformarse en algo frustrante porque pone a prueba nuestra fe y nuestra confianza. Muchas veces, en los días difíciles, me pregunté si era el adecuado. Si no me había equivocado al escuchar el llamado. Si valía la pena seguir insistiendo. Es tan fácil perder perspectiva y sentir que lo que hacemos tiene poca relevancia. Pero Dios se encargó de llenarme de visión. Y la visión es tan poderosa que no dejará aceptar ninguna excusa.

Tenemos la honra de ser llamados por Dios para una obra que tiene una dimensión eterna. En Éxodo 4:1-2 nos cuenta que Moisés vuelve a declararse incompetente. “— ¿Qué hago si no me creen o no me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: “El Señor nunca se te apareció”? Entonces el Señor le preguntó: — ¿Qué es lo que tienes en la mano? —Una vara de pastor—contestó Moisés”

Eso fue lo que le preguntó Dios a Moisés cuando lo llamó. Moisés se veía como una vara seca, pero a los ojos de Dios era un instrumento de poder para hacer proezas.

Un líder plantador de la iglesia es un visionario. Sueña como José.
Camina por fe como Abraham.
Siente el fuego del llamado como Jeremías.
Planea cada paso como Nehemías.
Ama a las personas como Jesús.
Enfócate en la misión como Pablo.
Y confía que Dios hará el resto.

Por eso es esencial que tomes dimensión de lo que estás emprendiendo:
Estás cumpliendo la comisión que Jesús te entregó.
Estás deshaciendo las obras del enemigo.
Estás rescatando un pueblo de la esclavitud.
Estás abriendo un nuevo pozo de agua viva para los sedientos.
Estás trabajando una tierra que sólo producía espinos.
Estás encendiendo una antorcha en la oscuridad.
Estás restaurando un altar de adoración al Rey de reyes.
Estás completando la misión de Jesús en la tierra.
Estás siendo un facilitadores de milagros.
Estás extendiendo los límites del reino de Dios.
Estás haciendo casa para tantos huérfanos.
Estás promoviendo la cultura del amor.
Estás siendo una oportunidad para las próximas generaciones.
Estás trayendo el cielo a la tierra.
Estás recogiendo la gran cosecha reservada para el último tiempo.

Claro que habrá lucha. Claro que tenemos que darlo todo. Pero, al menos para mí, no hay vocación ni llamado más hermoso que ser plantadores de iglesias. Por eso te invito a que reflexiones sobre lo que tienes en tus manos.

Quizás, al mirar tus manos, solo ves impotencia, incapacidad, decepción, dudas, soledad. Pero tus manos están llenas de dones, de recursos y de unción. Dios te llamó y también te capacitó. Mira lo que tienes con los ojos de Dios. No mires las cosas en la carne sino en el Espíritu. ¡Mira la obra completa!

El llama a las cosas que no son como si fueran. Él te dio obreros, recursos y un gran potencial.
Mira la obra así como la ve el agricultor, que trabaja la tierra con dedicación. La siembra y la riega con esfuerzo pero lleno de esperanza. Y pasa un tiempo sin ver nada. Pero sigue confiando. Hasta que empieza a ver los primeros brotes. Recuerda que, “Los que siembran con lágrimas cosecharán con gritos de alegría”.

Ten siempre tus ojos puestos en Jesús, el hacedor de la obra. El, el autor y consumador de la fe, te dará fuerzas nuevas cada día.

¡Paciencia! Todo tiene un proceso, no quieras apurar el proceso de madurez tuyo y de la iglesia. Anímate a florecer en medio de ese tiempo, a disfrutar el “mientras tanto” porque él “de repente” de Dios llegará de manera sobrenatural. Así que no te canses de sembrar porque el fruto viene.

¡Rodéate de gente que te anime! Desalentadores hay muchos pero es necesario estar con personas de fe, de visión, de reino, que no le tienen miedo a los obstáculos y te animan constantemente a seguir para adelante.

¡No te compares! Dios nos dio a cada uno dones especiales para llegar a distintos tipos de personas, Él te dará las estrategias para alcanzarlas. No te compares ni por el ritmo de crecimiento ni por el modelo de iglesia. Ocúpate de generar intencionalmente una cultura sana y propia a tus obreros.

¡Trabaja en unidad con otros plantadores! Esto te va ayudar a contar con recursos que no tengas y a compartir tus dones. Busca pares con quienes orar juntos y celebrar cada pequeña victoria. No seas autosuficiente, busca un mentor que te acompañe y a quien rendir cuentas, él va a ver lo que no ves y va a acompañarte con sabiduría para que no te deslices.

Mira tus manos. Si sólo sigues viendo una vara seca como la que veía Moisés, pídele ahora al Espíritu Santo que cambie tu visión y que puedas ver como Dios las ve. Con un potencial eterno. Con la unción necesaria para la tarea a la que fuiste llamado. Dios va a usarte para edificar su reino, para deshacer las obras del diablo y para hacer maravillas. Y sueña en grande. Recuerda las estrellas del cielo. Dios, como con Abraham, tiene reservado un pueblo para ti.

No le prestes tu boca al enemigo para declarar derrota o queja. Educa tu manera de hablar conforme a la verdad de la Palabra.

Recuerda que Dios llama a las cosas que no son como si fueran. La Palabra obra por la fe. Lo que la Palabra dice acerca de Dios es verdad. Lo que dice acerca de ti es verdad. Lo que la Palabra dice de quien eres en Cristo, eso mismo eres. Lo que la Palabra dice que puedes hacer a través de Cristo, eso puedes hacer ¡Adelante!

Pr. Roberto Vilaseca

La Red Network
Author: La Red Network

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